Con Carrie, Brian De Palma, casi inventa la heroína con super poderes en una cinta que va paulatinamente creciendo en su horror mientras crece en su metraje y su clímax.
De Palma calcula cada escena y cada movimiento de cámara para poner su maestría la servicio de que conozcamos, creamos y empaticemos con unos personajes cuyo desenlace casi nos parezca inevitable.
Carrie es un estudio central sobre una víctima del abuso escolar y el fanatismo de su madre. Desde la primera escena empatizamos con este “buco raro” que parece no tener redención en ningún entorno y con la que ni siquiera el director de la escuela simpatiza. Su única aliada es una profesora que hace de complice voyeur del espectador entendiendo que cada movimiento puede estar calculado contra nuestra inusitada heroína.
Pero lo terrorífico es que termina siendo una víctima de sus propios sentimientos incapaces de ser controlados, porque Carrie tiene un secreto y es que tiene telekinesis, una carta que se va sembrando al espectador como la posibilidad de venganza de la protagonista.
Son muchas las cosas que funcionan en la cinta, pero sobre todo es el estilo, la ejecución, la banda sonora (reutilizando los acordes de psicosis), la atmósfera opresiva y la inquietante y frágil interpretación de Sissy Spacek en el rol central que confiere ternura a un rol increíblemente difícil y hace junto a Piper Laurie, su madre en la ficción, un entorno claustrofóbico y perverso dónde cualquier atisbo de sexualidad es girado hacia la perversión. Ese núcleo materno-filial hace que el universo de la protagonista resulte casi asfixiante.
Aquí es donde ni el remake ni la secuela supieron acertar, lo terrorífico de Carrie no radica únicamente en su clímax final (que es antológico) ni en los sustos o escenas sangrientas (que también las hay y con éxito) sino en ese entorno asfixiante y sin posibilidad de redención.
Carrie es continuamente castigada, maltratada y humillada hasta el punto en el que incluso cuando las cosas van bien el ambiente tiene algo retorcido. El visionado es siempre siniestro y nunca cómodo.
El ejemplo más palpable es el ese baile de graduación de Carrie donde la cámara no deja de dar vueltas alrededor de la pareja y poco a poco va perdiendo más y más el control al igual que la psicología de la protagonista.
No quiero explotar el final por si alguien aún no la ha visto pero Carrie es una verdadera historia de terror, en la que, como las grandes historias del género, el terror proviene de los personajes, de la naturaleza perversa del ser humano y por eso asusta, todo ello rodado de manera estilizada y con dos actrices en estado de gracia. Una obra maestra del género.