Hay historias que te abren y te desgarran por dentro, el arte de narrar. La capacidad de crear una conciencia en el espectador con personajes que sientes reales, con entornos que sientes reconocibles, con relaciones que crees haber vivido.
Nunca he vivido una guerra.
Nunca he experimentado el miedo a esperar unos bombardeos o a correr de casa con una maleta sabiendo que a lo mejor no vuelvo a ella.
Nunca me he tirado en el suelo de un metro a cerrar los ojos pensando que a lo mejor no los voy a volver abrir.
Nunca he dicho adiós a un ser querido sabiendo que esa es su mejor o única manera de sobrevivir.
Nunca he sentido la impotencia de ser clasificado ciudadano de segunda.
Sin embargo gracias al poder del cine, de la maestría de la narración de Steve McQueen, de la capacidad de Hans Zimmer de poner emociones donde a veces las palabras o las imágenes no llegan, de la maestría de un actor que simplemente te conmueve con un simple parpadeo. Gracias a ese poder que tienen las historias he experimentado todo esto con una intensidad que me ha provocado un nudo dentro que todavía tengo que soltar.
Oliver Twist o Huckleberry Finn en los bombardeos nazis a Inglaterra, una época de guerra donde la gente saca lo mejor y lo peor de si misma. Esas imágenes movidas, esos recuerdos borrosos. Ese silencio que a veces resuena dentro mucho más que un estallido.
Muchas veces me pregunto y analizo el cine, si entiendo o no de él. Pero desde luego entiendo de emociones y “Blitz” me ha sobrecogido con una segunda hora que me ha agarrado el corazón y no me lo ha soltado.
Apabullante.
Intensa.
Triste.
Una experiencia digna de ver en la pantalla más grande.