Crítica de Selling Sunset temporada 9: El juego de Tronos del mamarrachismo
Tacones, Traiciones y esperma de Salmón: la locura gloriosa de Selling Sunset temporada 9
Britania, Marco Polo, The Last Kingdom, Black Sails, The Witcher, La rueda del tiempo, Rey y Conquistador, Los que van a morir… Son muchos los programas de televisión que han intentado en estos años ser el nuevo Juego de Tronos, pero el único show que realmente lo ha logrado ha sido Selling Sunset.
Un programa donde las alianzas, las casas, el juego de mesas, el sentarse en las primeras filas y la borrachera de poder (y fama) de sus protagonistas han hecho de este reality el sucesor natural —aunque con mejor sentido de la moda— de la ficción de alianzas y traiciones.
Muchos lo desestiman por su componente reality, pero quienes disfrutamos viendo más allá podemos apreciar esta absoluta fascinación, que acaba de cerrar su novena temporada en un punto tan alto que ha explotado en mil pedazos.
Para quien no sepa de qué estoy hablando, Selling Sunset trata sobre la vida del Oppenheim Group, una inmobiliaria que vende mansiones de lujo en la milla de oro de Los Ángeles mientras sus agentes inmobiliarias lucen vestidos de alta costura, maquillaje perfecto y, entre casa y casa, viven sus batallas: dramas, abortos, divorcios, robos…
Lo tiene todo.
Incluida una banda sonora que es puro pop dinamita, con temas que repiten constantemente cosas tipo “She’s a boss, she’s a bitch…”. El show abraza el mamarrachismo absoluto con tacones imposibles. El reparto lo da absolutamente todo y se entrega a crear televisión sin reservas, formando bandos y alianzas que siempre culminan en cenas donde nadie come nada (para mantener el tipo… o porque no me extrañaría que Nicole hubiese envenenado el plato).
Alguien siempre termina marchándose antes de tiempo, completamente ofendida, mientras la cámara muestra a un hombre persiguiéndola y ella grita: “¡Deja de grabar!”.
De vender mansiones a fabricar guerras
Además del componente cotilla de las vidas ajenas, el programa ofrece el componente cotilla de las casas ajenas: mansiones que cuestan 20 millones, prácticamente sin puertas, con seis habitaciones y doce cuartos de baño. Porque, gracias a este show, hemos descubierto que los ricos cagan mucho y les gusta hacerlo en una habitación distinta según cómo dé el sol. Hay verdaderas monstruosidades, incluida la casa de Jojo Siwa, que tiene césped artificial en la barra del bar.
En esta temporada, con lo importante que se ha vuelto el programa, tenemos una galería de famosos de categoría Z que fingen buscar casa. Son tan rematadamente falsos que se han convertido en mi alivio cómico favorito: es evidente que solo están ahí por salir en televisión.
La temporada 9 prometía fuego. Había muchas relaciones rotas entre las agentes y también fuego literal, con los incendios de Los Ángeles y toda esa matemática posterior que los medios no suelen cubrir: la devaluación del suelo, de las propiedades, los tiempos de las aseguradoras para tasar y reconstruir…
Sin embargo, Selling Sunset, aunque no ha ignorado lo segundo, se ha centrado en lo primero. Ha perdido su identidad por completo, y eso de vender casas ya es totalmente secundario: en toda la temporada solo se ha vendido una. Ya no hay reuniones de trabajo ni siquiera pisan la oficina. De hecho, hay agentes de las que no tenemos ni idea de qué hacen o a qué se dedican. Sí, hablo de Amanza, que aparece sin mucho que contar.
Selling Sunset es uno de los programas más vistos de Netflix y ha catapultado a sus protagonistas al estrellato mediático. Van más allá de la fama: cada una de ellas es un auténtico imperio, con biografías publicadas y giras internacionales hablando de sus vidas.
Esto se ha integrado en el programa con un descaro y una sinvergonzonería que me fascinan.
Esta temporada nos ha mostrado sin tapujos —y rompiendo la cuarta pared varias veces— las maquinaciones de producción, los enfados de las protagonistas por la manipulación emocional de Netflix, y despidos que solo han sido del programa (porque luego siguen trabajando, imagino, en el sótano).
Ha sido tal el caos, que nos ha dado una de las mejores temporadas del formato, hasta el punto de que dudo mucho que vuelva a ser lo que era… o que yo mismo vuelva a verla.
Parte de ello es que varias de ellas ya saben que el show las necesita más a ellas que ellas al show.
La protagonista absoluta desde el día uno ha sido Chrishell, que ya ha anunciado que no volverá.
Exmujer de Justin Hartley (el pelirrojo de This Is Us y Tracker) y actual esposa de G Flip, une de les cantantes más importantes de Australia, ha dicho que ya ha tenido suficiente: no necesita el dinero y es famosa por mérito propio. Básicamente, no quiere seguir alimentando a las “muertas de hambre de fama” que no paran de atacarla para ganar foco.
La última en llegar, la prima o hermana de Sofía Vergara —una colombiana chunga que nunca ha vendido ni por Wallapop—, supuestamente rayó con una llave el coche de la agente de Chrishell. Ahora vive de la fama de su parentesco y no sabemos muy bien qué hace, salvo ir de lado a lado contando chismes.
Un show.
El vuelo del Ícaro en Los Ángeles
Pero con la partida de Chrishell, el montaje ha intentado forzar que sus rivales sean las nuevas heroínas… y la cosa canta demasiado.
Terminada la temporada, las redes sociales están que arden con acusaciones de homofobia, racismo, amenazas…
NO SOMOS DIGNOS.
El programa se ha convertido literalmente en un Juego de Tronos de alianzas, casas, dramas y traiciones. Hay bodas, funerales, cenas donde nadie come y hasta barra libre de bótox e inyecciones de esperma de salmón (sí, lo he buscado, y es la nueva moda rejuvenecedora. Esperma de salmón. Real. 100%. Buscadlo).
Podría exponer todo el caos que ha estallado esta temporada, pero eso lo dejaré para un recap propiamente dicho, que intentaré explicar incluso si no lo habéis visto. Aunque eso tiene una solución fácil: id y dadle al play.
Selling Sunset no es un placer culpable: es todo placer sin culpabilidad.
Y esta temporada 9 ha sido su vuelo de Ícaro: ese que voló demasiado cerca del sol y se quemó por completo.
Siento que nos ha pasado eso. Pero ha sido un vuelo precioso.
Nos vemos en el recap.

